sábado, 10 de diciembre de 2011

Cuento corto. (Algo extraño)

    Era uno de esos días en los que el frío hace que no me quiera mover, y flojo como soy, no quería levantarme de mi sillón ni para ir al baño o alcanzar un pedazo del pan que hacía ya rato permanecía sobre la mesita de la tele. Ni las hormigas, qué, atraídas por las migas del pan arremetían en contra de mi espalda y pecho, pudieron lograr que yo intentara el mas mínimo movimiento.

    Así estuve acurrucado en el sillón, inerte, con la televisión encendida pero casi indiferente a lo que se transmitía en ese momento, ''La tele de hoy en día es una basura'', me dijo mi madre una vez cuando yo era niño y ciertamente, la tele de hoy no es ni lo mas parecido a ''cultura ''. No recuerdo siquiera lo que se estaba transmitiendo en esos instantes, de hecho las imágenes y los sonidos vienen a mi mente como una plasta informe e indescifrable.
    Estaba casi por quedarme dormido y en uno de esos cabeceos de sueño sin llegar, tuve el presentimiento de que alguien me estaba observando. Inmediatamente volteé hacia la ventana que estaba de mi lado izquierdo y detrás de ella pude notar con un poco de sorpresa, que del otro lado se encontraba un hombre (al menos así lo distinguía yo),    parado lo suficientemente cerca del cristal como para empañarlo con el aire que de su boca salía. Al enderezarme por completa y cambiar de posición para mirarlo mejor, pude observar que era un tipo alto y delgado, tanto así que en sus mejillas se formaban dos huecos que le daban a su rostro una apariencia demacrada, bueno, esto aunado a las profundas ojeras y a los incontables surcos de su cara. 
    Por un momento creí que tal vez era un indigente buscando alguna limosna, caridad (en esta época del año es muy común verlos vagando en busca de cosa cualquiera que les pueda servir), y quise ir yo mismo a comprobarlo directamente con mi tan inesperado visitante. De modo que alcancé por fin mis sandalias y caminé hacia la ventana con un intento de sonrisa que mas bien pareció una mueca de terror disimulado, pero mi paso se vio interrumpido por el sonido de un golpe, un golpe que el extraño había dado con la cabeza al cristal de mi ventana. Empezó de pronto a manotear y a convulsionarse y su piel que era pálida de repente se tornó en un color plomo, tan horroroso que creí estar ante una aparición venida desde el mismo infierno. Así nada más detuvo su rito convulsivo y abrió la boca de manera exagerada, su lengua (y esto me causa risa por no sé qué razón) colgó desde sus dientes hasta la altura del cuello, asquerosamente la balanceaba derramando baba espumosa y salpicando el vidrio de mi ventana y mojando también su camisa de franela color  rojo desteñido.
    Un ruido ensordecedor como de martillos golpeando sobre barras de metal me dejo noqueado en el suelo y creí soñar con los mas extraños seres que jamás, en pesadilla alguna había visto. Al despertar alguien tocaba la puerta con una insistencia que me causaba molestia en el cráneo. Con esfuerzo sobrehumano me puse de nuevo en pié y caminé a la puerta con pasos lentos y torpes mientras la persona del otro lado parecía que me quisiera matar de dolor, aún sin saber que me lo estaba causando. Al poner la mano sobre la perilla vino a mi cabeza una preocupación fugaz acerca de quién sería la persona que me encontraría detrás de la puerta de mi casa. ¿Sería acaso el hombre que momentos antes me había perturbado desde la ventana y me hizo desear estar muerto por un instante para no soportar su repugnante presencia?
    Quise imaginarme que si efectivamente se trataba del mismo hombre, tal vez simplemente era como lo pensé en un principio, un indigente, un mendigo que tal vez sólo pretendía de mí alguna cobija en desuso, algún pedazo de pan o una moneda para comprar aguardiente. Y así con el pensamiento mas positivo que pude lograr, abrí la puerta para encontrarme con una sorpresa aún mayor, aunque no tan desagradable como lo había sido el asunto del tipo en la ventana.
    ¡Dos niñas me miraban desde la banqueta! 

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