viernes, 3 de enero de 2014

Melancolía de año nuevo

Últimamente he estado un poco melancólico, tal vez sea por la época del año en que me encuentro escribiendo esto, tal vez por las circunstancias en las que estoy. El caso es que en estos días he llegado a sentir aquella indescriptible nostalgia y añoranza de los tiempos “mejores”, esos en los que no importaba tanto el estatus o el modo en que te manejabas para con los demás, el hecho de poder andar por ahí sin tener que tratar con ciertas personas con las cuales no tienes nada en común y que ahora tengo, por fuerza del trabajo, que hacerlo.


No hay nada como la niñez, esa etapa pura y limpia que si bien tampoco fue dorada para mí, por lo menos me trae sonrisas al rostro de vez en cuando al rememorar ciertas imágenes y escenas en las que me veo jugando y tratando de ser un niño diferente a los demás. Así es, nunca fui como los demás, incluso hoy sigo siendo muy diferente a todos. No es simplemente el hecho del cual todos tenemos conocimiento y que de vez en cuando la tele, la radio o alguna película nos recuerda al decir que todos somos especiales o que todos somos diferentes, sino que en realidad yo me considero a mí mismo como un ser diferente, a veces hasta superior, me veo como una persona a la cual el resto del mundo subestima y por eso mismo le guardo un poco de rencor.

En la niñez ciertamente intenté ser un niño extrovertido, emprendedor, siempre era yo el que andaba organizando campamentos, recorridos por el campo o simplemente el primo latoso que quería jugar a la escuelita y escribir en el pizarrón que le habían regalado por ser el día del niño. Siempre fui ignorado, pero en ese entonces no me era tan doloroso como lo puede ser ahora, como ya dije me siento subestimado y muchas veces obligado por los demás y a veces por mí mismo a detener mi vuelo, a cortarme una de las alas, y digo que sólo una pues la otra me la han dejado casi intacta para atormentarme.

El ala que casi siempre he tenido mutilada es la oportunidad, pocos ven en mí algo de valor, o por lo menos es lo que yo alcanzo a percibir, al no tener oportunidad de ningún tipo evitan que yo pudiese en algún momento levantar el vuelo. Es cierto también que uno debe darse las oportunidades que el mundo le está negando, es así como de pronto mi ala de la oportunidad sana. Sana por un tiempo hasta que las personas premonitoras del mal agüero me atiborran la mente con el tan conocido “no se puede”.

El ala que por lo regular está siempre sana y dispuesta es el ala de la creatividad, de la búsqueda, el ala del emprendimiento, de ese sentimiento de querer buscar aventura, un viaje. Esta ala siempre me motiva a volar, siempre se está sacudiendo y estirándose al viento, queriendo tocar el cielo, romper el aire, es aquí donde surge el conflicto con el ala cortada ya que mientras una aletea con vigor y gracia, la otra se sacude con torpes movimientos dejándolo todo en un penoso espectáculo del cual me avergüenzo de manera muy constante.

A veces se me ha hecho fácil recorrer algún tramo del camino en compañía de alguien cuyos intereses sean similares a los míos, siempre es bueno contar con el apoyo de alguna persona en cuyo hombro encontrar respaldo, no para llorar pero si para no dejarnos caer si es que se presenta algún altibajo lo cual es muy común en el camino de la gente creativa o liberal.

Siempre he intentado motivar a otras personas cuyas formas de pensar llegan a ser de lo más parecido a las mías. Busco animar a otros a que avancen y si se puede que sea hombro con hombro para recibir apoyo y retroalimentación, algo muy bueno al momento de aprender. Para infortunio mío estas personas padecen de la misma enfermedad que yo y al parecer en grados más severos, más avanzados, han llegado al punto de quedarse en la zona de confort de la cual es imposible salir sino es dándose cuenta de que están echando a perder su vida.

No estoy insinuando de ninguna manera que yo soy el pobrecito de la historia, sino que de algún modo el mundo de hoy no está hecho para que el individuo avance, sino para que las grandes mayorías lo hagan, poniendo por sobre todos los demás un nivel estándar de cómo debe ser la persona normal. Nos han hecho creer que la gente normal, nace, crece, se reproduce y muere sin dejar espacio al hecho de que el ser humano es constantemente cambiante.

Platicando alguna vez con mi jefe directo en el trabajo, me preguntó que qué iba hacer cuando naciera mi hija, al principio no entendí la pregunta pero él se encargó de replantearla. Lo que él quería saber era que si yo tenía planes de tener un trabajo extra, a lo que respondí que sí. Me animó a que pusiera un puesto de hot dogs, o a que vendiera tacos en la calle… No soy rápido cocinando y no tengo paciencia para tratar con personas hambrientas que tal vez hasta me insulten por el modo en que preparo su comida, bueno, ese fue el primer pero que yo le vi a estas ideas, más la gran objeción que mi cerebro no tomó en cuenta en ese momento fue que yo, el niño emprendedor y aventurero, el que tocaba la guitarra, el que escribía cuentos y canciones, el pseudo poeta de medio tiempo no podía hacer caso de estas sugerencias porque sería sepultar todo sueño de los que aún habitaba en mi mente subconsciente y consciente. Alejandro, el taquero.

Mi jefe es el tipo de personas que está dispuesto a derribar el ánimo de sobresalir de cualquier persona, echa por tierra cualquier idea que no constituya algo, según él, apegado a la realidad. Para él sólo existe el trabajo, lo que le enseñaron sus padres que era, su vida está hecha mierda, mierda porque en su casa no existe, no existe para su esposa, no existe para su hija, tal vez sea su hijo la única persona que se divierta pasando el rato con él. Al trabajo llega de mal humor y llamando la atención de los demás con gritos y manoteos, sobre todo si la víctima de sus arranques es de menor grado jerárquico dentro de esta mugrosa empresa. Nunca le ganarás una discusión a este pendejo, podrá creer en los anunaki pero nunca en la capacidad de las personas para desarrollarse libremente como individuos y lograr sus objetivos haciendo eso que los apasiona.

Mis padres, son las personas de las que más he aprendido para forjar mi carácter, mi padre fue siempre muy blando a la hora de reprendernos cuando fuimos niños, pero es igual de blando al momento de abrazar y tiende a ponerse nervioso cuando se le cuestiona sobre algo serio o temas importantes, casi tiembla cuando por algún motivo lo llega a detener un agente de tránsito por llevar rota una calavera del coche.

Mi madre siempre fue dura al tratar de enseñarnos a escribir, para mi época de kínder yo ya sabía las vocales, los colores, podía contar hasta el veinte y recortar por la “orillita”. Todo esto fue gracias a que por decisión de mi madre pasaba horas y horas practicando, así cuando llegara a la primaria estaría por sobre el nivel de los demás. Mi madre siempre esperó que yo fuera como los primeros lugares de la tabla de calificaciones, y al principio lo fui pero creo que mi pequeño cerebro de niño comprendió que no tenía que demostrar nada y que si las matemáticas no me gustaban no era como para ponerle tanta atención. Creo que tomé lo mejor de mi madre y de mi padre y así formé mi carácter amable y también precavido con el que me manejo hoy.

Amigos, pocos, casi no tengo ninguno porque muy frecuentemente me decepciono de ellos, es lo malo de poner tus expectativas muy altas en una persona. Confío sólo en mí, sé que si empiezo algo y no lo termino será únicamente porque yo así lo quise y sé que nadie va a estar pidiendo explicación alguna del porqué hago esto o aquello o del porqué dejo de hacerlo.

Es cierto, mi época de adulto no es la peor, pero añoro esos momentos que pasé con mi hermano grabando casetes jugando a ser locutores de radio, llevando a cabo el proyecto del club de la cuadra con presidente, tesorero y secretario, como deseo realizar un paseo por el monte, preparar sándwiches a la orilla del río y fingir que sabemos pescar aunque ni siquiera me guste el pescado. No quiero ser un número, odio los números y las cuentas, aborrezco la estadística y las probabilidades, no quiero morir como un tordo al que le cortaron un ala y le dejaron sana la otra para torturarlo y disfrutar de su sufrimiento. Seré un horrible tordo, seré el ave más grotesca y espantosa pero con mis alas sanas, y aun así volar majestuosamente sobre la tierra que los demás odian pisar.

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